Paco Cáceres veguitadegrana@gmail.com
A las 9 salíamos de Los Rebites camino de los Neveros arriba. Tenía un especial interés en ver si el majoleto que fotografié en mayo seguía con vida después del incendio de agosto. Javier Egea, Jesús Muñoz y yo subíamos la Cuesta del Desmayo con una enorme superficie forestal quemada que se extendía a ambos lados. Iba ansioso por resolver el interrogante sobre el arbolillo. Antes de acabar la famosa cuesta, allí estaba, con el color amarillo-marrón de la muerte. Sentía la pérdida de toda la vegetación; aunque ese majoleto tenía para mí un encanto especial; tan majestuoso, tan lleno de vida, con esos ropajes blanco y verde y verde y rojo según la época del año.
Confieso que me derrumbé. Más arriba conté hasta ocho espinos albar quemados, además de toda la superficie de pinos, retamas, jaras... Esto hizo que la subida se hiciera más dolorosa. Cuando interiorizas un paisaje cualquier atentado, por pequeño que te parezca, te duele
Terminando la cuesta una imagen iba a darme esperanzas; poco antes de enfilar el medio llano que nos llevaría a la fuente del Castaño, en medio de la superficie quemada unas esparragueras crecían alegremente y una encina devorada por las llamas se pintaba de verde de hojas renacidas con las últimas lluvias. Lo comentamos con una gran alegría Javier, Jesús y yo... “las encinas aguantan mucho y son capaces de renacer”, comentó Javier. Efectivamente, hojas verdes intensas de otras encinas quemadas renacían entre las cenizas. “Y los espinos albar?”, pregunté ansioso. “Es posible que broten si no están muy mal”, me dijo Javier.
No hay nada como recuperar la esperanza, como saber que algo te duele pero te coges a los brotes verdes como un clavo ardiendo. Ya más arriba, cuando faltaban varias curvas para llegar a la fuente, los espinos albar, las encinas, los pinos, los rosales silvestres y muchas más plantas pintaban el paisaje con los más variados volúmenes y colores. Los majoletos, más lejos de la civilización, lucían limpios y con brillo a diferencia de los que hay junto al Genil, bañados del polvo de los coches que van por los caminos. El Sol nos calentaba a eso de las 10 y media de la mañana. Comíamos majoletas y la parte de la baya del rosal que no produce estreñimiento. “Tiene un sabor agridulce muy rico”, decía Javier. Jesús se entusiasmó y buscaba las bayas maduras ante ese sabor que tanto le gustó.
La fuente pagaba la factura de un verano muy seco. Un hilillo de agua, como símbolo de resistencia frente a la sequía nos permitía mojarnos los labios. Pequeño descanso rodeados de un paisaje bellísimo. Seguimos; una pequeña cuesta y un camino llano nos llevará hasta la carretera del Purche desde donde empezamos la bajada a Monachil. Antes, a esa altura, hemos visto los primeros colores del otoño, amarillos, rojizos, verdes... Mezcla que la naturaleza nos brinda en este tiempo.
La bajada hacia Monachil es un espectáculo impresionante, montañas con huertos y acequias en la base. Javier, con su sabiduría, nos impregna de conocimientos. Vemos un serbal con frutos en el suelo y algunos aún en el árbol, unos alcornoques de lo que en su día tuvo que ser un bosque, altavacas por todas partes, romeros, tomillos, abrótanos... Una colonia de grajos sobrevuela nuestras cabezas.
Más abajo vemos una viña aún con uvas y cogemos “prestado” un racimillo. Seguimos perdiendo altura y nos encontramos con zarzamoras con moras aún negras. Me hecho a la boca algunas. Doy con una zarzamora que da unas moras con un sabor a uva moscatel buenísimo, ante mi entusiasmo mis compañeros me dejan sólo y tengo que acelerar después el paso para pescarlos. Pasamos por álamos blancos autóctonos, cortijos, y enfrente sigue el espectáculo del paisaje entre huertos, valles y montañas. Uno de ellos es el de Los Cahorros.
Llegamos a la fuente de cuyo nombre no me acuerdo. Bebemos agua, un poco más abajo, cuando entramos en Monahcil cambiamos ésta por la cerveza. Con esta energía color oro de la cebada fermentada seguimos nuestro camino.
Ahora tomamos la acequia del Albaricoque, otro espectáculo gratuito que nos brinda la ingeniería hidráulica. Esta acequia en alto nos brinda la vista del valle del Monachil que se encamina hacia Huétor Vega, por debajo está el río y la toma de la acequia de la Estrella y su división para formar entre otras la acequia del Jacín.
Vamos entre huertas donde se pavonean los membrillos, árbol otoñal por excelencia. Nos salimos de la ruta de la acequia y cogemos un camino empinado con el sol dando ya de lleno. Arriba el premio; unas cervecillas de nuevo y un vino mosto que no picó el tiempo, todo acompañado con una buena tapilla. Las risas, los comentarios, la comunicación, los ponemos nosotros.
Empezamos a preparar las nuevas rutas y diseñamos compromisos con nuestro territorio, porque éste hay que disfrutarlo, sentirlo como la vida misma, con penas y alegrías, pero también hay que adquirir compromisos para intentar frenar, aunque sea un poco, la vorágine de tanto destructor que anda por ahí suelto, y lo peor, con un enorme poder.
Camino de los Neveros, Purche, camino de la Solana, Monachil, acequia del Albaricoque... Y lo que digo siempre, esto no se vende en el Corte Inglés, ni necesitamos permisos de Montoro ni de la Susana Díaz, por ahora, para disfrutarlo. Pienso ya en una nueva subida después de las lluvias para ver si esos arbolillos quemados son capaces de brotar. ¡Ojala!