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Algo más que una encina. [1]

relato de Paco Cáceres

¿Os imagináis que alguien mirara a una mujer u hombre bellos pensando lo que ganaría si los prostituyera? Algo así pasa con muchos gobernantes cuando miran su propio territorio...

El asedio de la encina de Peligros o la destrucción de árboles en los distintos municipios, publicados por Correos de la Vega, no son hechos aislados, son uno más de los distintos signos que definen el modelo de territorio dominante que gobierna parte de la geografía española. Dos características destacamos de este modelo; el territorio se ve como una mercancía y los proyectos urbanísticos están por encima de cualquier consideración medioambiental, cultural o histórica.

La facilidad con la que los gobiernos municipales de distintos color político (no sólo es el PP y Granada capital) talan los árboles indica que para ellos tiene la misma consideración una farola y un árbol; ambos forman parte del mobiliario urbano del que se puede prescindir sin contemplaciones si se ha de remodelar una calle o una plaza. Visto así, el árbol pierde la categoría de ser vivo, su posibilidad de formar parte del patrimonio natural de los municipios y, por supuesto, el ser un signo de identidad que ha crecido junto a los habitantes (pasados y/o presentes y futuros) del pueblo para formar parte de su propia historia.

Pero no son sólo los árboles los elementos de quita y pon. Tenemos la triste experiencia de que la aparición de restos arqueológicos en algunos municipios han sido catalogados por los propios ediles como simples yacimientos sin importancia por la sencilla razón de que suponían un impedimento para el desarrollo de las obras proyectadas. En este punto podríamos recordar la destrucción, llevada a cabo en algunos municipios, de casas y plazas de un importante valor arquitectónico para hacer bloques de pisos. Esta forma de ver el territorio despoja a los pueblos de su historia, de su cultura, del pasado y del futuro para enquistarlos en en un presente, en un "vivir al día", al que hay que sacarle el mayor rendimiento monetario posible.

Y si salimos del casco urbano, vistas las cosas así, la Vega sólo será un entorno verde que aportará millones de euros si se urbaniza, las riberas de un río el espacio idóneo para construir una carretera, y un monte con vistas la oportunidad de oro para construir una urbanización para ricos que dejará buenos dividendos para los promotores y algunas migajas para el ayuntamiento.

En este reino del dinero fácil todo está en venta; paisaje, agua, ríos, incluso el aire que respiramos. ¿Os imagináis que alguien mirara a una mujer u hombre bellos pensando lo que ganaría si los prostituyera? Algo así pasa con muchos gobernantes cuando miran su propio territorio; sólo piensan en sacar euros a costa de su belleza aunque con ello se destruya. Visto así, dividen el territorio como decimos en Necesitamos la Vega, en una parte útil, la urbanizable, la que da dinero, y sobre la que los ayuntamientos defienden con uñas y dientes sus competencia –apoyados por los constructores-. Y el territorio inútil, el que no se puede vender y del que no quieren ni oir hablar; son los ríos, los caminos y los espacios protegidos. Esa filosofía tan fenicia (comprar y vender) le da a muchos alcaldes más el estatus de señoritos vividores de un cortijo que malvenden y malgastan que el de gestores integrales de un pueblo. Al final quien paga el pato es el territorio y los futuros habitantes que sufrirán las consecuencias de esa política destructiva.

No, no es solo el asedio a una solitaria encina, por muy importante que sea ésta, lo que hay debajo de este entramado. Hay mucho más. Hay un modelo que basa su supervivencia en la prostitución del territorio y que se mata a los "abuelos" (pasado, historia, cultura) y a los nietos (futuro). ¿Y qué hacemos los ciudadanos? Bueno, eso será tema de otro artículo.

Por Paco Cáceres

El Jueves 13 de diciembre de 2007

Actualizado el 13 de diciembre de 2007