Sirva esta pequeña introducción de Correos de la Vega como presentación de este artículo
Fernando Alcalde
Publicado en Correos de la vega
Sin ser consciente de ello, aquellos ficus estaban más unidos a mí de lo podría pensar. Cada día cuando iba al colegio, sin apercibirme, ellos protegían el aire que respiraba, lo purificaban y me lo entregaba de nuevo límpido, incorrupto, a la mañana siguiente. A ellos no les daba esfuerzo hacerlo pero para mí resultaba ser vital. No obstante, nada de esto me era propio cuando pasaba a su lado. Me acercaba a ellos porque me gustaba su compañía, su frondosidad; la turbamulta estrepitosa de pajarillos y las legiones de hormigas que recorrían su tronco bajo el frescor entrecortado por los gritos de las niñas al salir de clase. Me intrigaba su aspecto exótico y misterioso, con sus largas raíces aéreas tamizando el aire, con su tronco construido por miles de huecos habitados de miríadas de fantasías infantiles.
A su sombra, no sé cuántas risas de niñas se cobijaron, ni cuántos secretos adolescentes se guardaron, ni cuántos sofocos de madres y padres se abrigaron. Sus enormes ramas crecieron con los años y, bajo un universo de hojas entretejidas, muchas generaciones de motrileñas vieron filtrar la luz de Mediterráneo por ese microcosmos de selva exiliada, donde seguro crecieron pasiones y amores primerizos que quedaron grabados en la corteza de los corazones adolescentes. Cuántas amistades, cuántos afectos, cuánta ternura. Cuántas ilusiones y proyectos vitales. Cuánta vida.
Ayer, en alguno de los envites definitivos de las máquinas excavadoras, de los secos golpes sobre su tronco, uno de árboles, abatido, bajo su piel herida, mostró un corazón que en algún momento la ternura talló y que, capa tras capa, intentó guardar para una eternidad prometida, abruptamente abortada. Un corazón que en algún momento fue de todos y que ayer solo fue astillas.
Son muchos los sentimientos que se me agolpan al ver destruidos, uno tras otro, los árboles con los que crecí, los paisajes de la ciudad donde construí mi vida, sin que exista ni una sola razón que lo justifique. Otros son los impulsos que me arrebatan cuando oigo hablar al alcalde motrileño de trasplantes, sostenibilidad, y otras palabras similares para esconder la sinrazón. Guardo la esperanza de que, en algún momento, esta ciudad pedirá cuentas a aquellos que la están destrozando, a aquellos que sepultan todo lo humano que esta ciudad aún cobija, bajo la estulticia de los adoquines.