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No se trata de reorientar el modelo para que la grandes corporaciones sigan acumulando riqueza explotando a mileuristas y a la tierra

Desacoplamiento –2-

Enviamos ya una primera entrega del artículo Dsacoplamiento de Fernando Alcalde. La segunda, la de hoy, nos habla de que no se puede reorientar el modelo para seguir con más de lo mismo; grandes corporaciones obteniendo inmensos beneficios a costa de trabajadores mileuristas. Fernando aboga por una transición que frente a la lógica de funcionamiento del modelo actual, ya agotado, alumbre nuevos marcos referenciales que sean sostenibles de verdad.

Fernando Alcalde Rodríguez

IULV-CA Asamblea Local de Motril

Cambiar la sociedad no es reorientar el modelo.

Publicado en Correos de la Vega

Es obvio que la situación descrita no responde a una coyuntura. Menos aún si abrimos el foco al resto del planeta, en el que el 80% de la población consume el 20% de los recursos disponibles. Frente a este escenario no cabe reorientar el modelo. Por tanto es pertinente lo proclamado recientemente por André Gorz “La cuestión de la salida del capitalismo nunca ha sido más actual”

Examinemos sucintamente las propuestas gubernamentales. Las leyes de economía sostenible (nacional y andaluza), como gazpacho de decretos, proponen redirigir la economía hacia la creación de tejido productivo en los campos donde se atisba que la actividad será significativa en los próximos años. En términos de competitividad, de continuidad del sistema, responde a la lógica de competencia entre territorios, pueblos y personas para captar una parte del pastel cada vez mas pequeño en la vorágine de crecimiento económico, pues el modelo actual solo produce empleo, precario y minimileurista, ligado al crecimiento de la economía.

Recojamos como ejemplo las propuestas de apoyo al sector de las energías renovables y el coche eléctrico. La apuesta por las energías renovables ha sido un elemento revolucionario en su concepción: sistemas de producción de energía limpia, situados en nuestros techos que nos permiten salirnos del mercado eléctrico (no son necesarios operadores energéticos, ni gaseoductos, ni guerras por el petróleo, ni redes eléctricas, ni compra o venta de compañías eléctricas). La respuesta ha sido sustituir las grandes instalaciones térmicas o nucleares por termoeléctricas o campos eólicos: los operadores son los mismos, el mercado eléctrico es el mismo, las grandes corporaciones son las mismas, los trabajadores son mileuristas precarios. El sistema se mantiene a costa de grandes primas pagada por los ciudadanos. Otro ejemplo: el coche eléctrico que no contamina. Electricidad producida en centrales térmicas o nucleares, despilfarrada en el transporte y acumulada en baterías de coltán o litio extraído de territorios en guerra, que necesitan las mismas infraestructuras viarias y que generan los mismos problemas de ocupación de espacios públicos, de dispersión de las ciudades, de aislamiento de los ciudadanos. La respuesta es el transporte público, los medios no motorizados, las ciudades compactas y diversas, la generación de proximidad frente a la movilidad.

No se trata por tanto de reorientar el modelo para que la grandes corporaciones financieras e industriales sigan la senda de la acumulación de la riqueza explotando a las gentes y la tierra en un mundo en el que ya 51 de las 100 primeras economías son empresas y 49 son países, en donde Wal Mart, la cadena de alimentación que prohíbe la sindicación de sus empleados ocupa el puesto 19 de todos ellos, por delante de países como Turquía o donde la Shell duplica el PIB de Venezuela.

Unamos a todo ello los grandes números de la desigualdad mundial y de la crisis ambiental y concluiremos que es imposible evitar una catástrofe climática sin romper radicalmente con los métodos y la lógica económica capitalista o, como indica Hervé Kempf: “Para salvar el planeta, debemos salir del capitalismo”.

Por tanto, no se trata de redirigir el modelo, de cambiar en el último minuto la aguja de la vía que hace que el tren del crecimiento, que marcha a toda velocidad, colapse contra el muro de los límites físicos del planeta, postergando unas estaciones más su fin. Se trata de minorar la velocidad de ese tren, de incorporar a todos los viajeros, para que definitivamente pueden bajar y fundar una nueva sociedad.

La transición.

Los datos que he ido adelantado muestran que el modelo actual y su reorientación tecnológica está intelectualmente derrotado, pues es generador de paro, de desigualdades y de empobrecimiento de las generaciones futuras; pero es un modelo que aun no ha sido derrotado moralmente, y en tanto esta transición no se produzca, no habrá cambio.

Las ideas sobre la transición están. Frente a las grandes infraestructuras, descentralización: gestión local del agua (depuración y potabilización) allí donde sea posible frente a las grandes infraestructuras de redes que obligan a su privatización y complejización, con grandes inversiones e impactos que son soportadas por igual por todos los ciudadanos, independientemente de su renta. Frente a nuevas redes eléctricas, generación distribuida de base renovable que permite un abastecimiento más eficiente, barato y cercano; frente al incremento de la movilidad del automóvil, descentralización de los servicios, modos ferroviarios y movilidad no motorizada; frente a nuevas instalaciones de tratamiento de residuos, políticas de reducción y descentralización del compostaje; frente a los polos de oportunidad y desarrollo inmobiliario, nueva economía del conocimiento, de las nuevas tecnologías, del desarrollo de las energías renovables, infraestructuras educativas y formativas. Frente al abandono de la agricultura tradicional, potenciación de las vegas; frente a la disminución de los espacios naturales, reforzamiento y protección efectiva.

La transición del sistema necesita nuevos marcos referenciales y un modelo de indicadores que permitiesen mostrar la realidad en términos de sostenibilidad: intensidad energética de la economía, consumo de recursos (agua, suelo, energía) por cada unidad de PIB y de empleo generada, distribución de la riqueza, eficiencia de le economía, grado de presión sobre los recursos naturales y los espacios ambientales, etc.

El objetivo debe ser el de una economía cuyo crecimiento se desacople del consumo de recursos y de las emisiones contaminantes, el de una sociedad que gane en valores de desarrollo humano (medido en términos de grado de formación, esperanza de vida, acceso a servicios culturales, ambientales, sociales y médicos, así como de renta disponible) y un territorio que cumpla las funciones y servicios ambientales (clima, disponibilidad de agua, producción de biomasa, producción agraria y forestal, producción pesquera, control de deslizamientos y erosión, etc) y que garantice la integridad de los ecosistemas. En suma, un sociedad de valor añadido, de empleos estructurales de larga duración ligados a la nueva economía que supere la demanda coyuntural del turismo, la baja cualificación de la construcción y el consumo incesante de recursos que son finitos y que están mostrando la luz roja desde hace tiempo(el agua, el suelo o la energía).

Por Correos de la Vega

El Miércoles 10 de febrero de 2010

Actualizado el 10 de febrero de 2010