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Relatos veraniegos

¡Menudo chasco! ¡Un carrefour!

Los viajes con sus hijos pequeños le sirven para explicarles las bellezas de los lugares, pero ¡Ay! ¡Qué ingrata es la vida! Los niños se mueven por otros intereses. Entrando en Burgos, ¡qué decpeción!, se da cuenta de ello.

Paco Cáceres

Cada uno tiene sus manías y yo no iba a ser menos. En cuanto hacíamos un viaje, largo o corto, da igual, le daba a mis hijos la matraca con los ríos, montañas, paisajes, pueblos... Os confieso que mi intención era buena y mi entusiasmo mayor aún; con mi ayuda, en vivo, podrían conocer las hermosuras de nuestros paisajes. Pero en esto había dos partes, mi entusiasmo y el de mis hijos, que era inversamente proporcional al mío. Yo me iba dando cuenta de la situación, pero la confirmación absoluta la viví con un gran revés que me llevó de hocico una parte del viaje. Os cuento

Aquel verano habíamos puesto nuestra meta en Asturias. Y ya desde Las Gabias puse en marcha mi clase de conocimiento del medio; “la Vega... el pantano de Cubillas... Despeñaperros... Castilla-La Mancha... el Tajo... ” No penséis que lo decía así y ya está. No hombre, no. Yo hacía mis comentarios, cambiaba de entonación, hacía exclamaciones sorpresa, preguntas sencillas, le ponía mi teatro... Pues pese a mis ganas como maestro y actor, nada, pero que nada de nada. Eso sí, yo, que tengo más fe que el Alcoyano, seguía con el dale que te pego. “¡Algo se les quedará!” pensaba para mis adentros.

la Vega... el pantano de Cubillas... Despeñaperros... Castilla-La Mancha... el Tajo...

Y después de un montón de kilómetros, de atravesar dos comunidades autónomas, de equivocarnos en la M-50 o la que sea y de un buen rato por Castilla-León, se divisaba Burgos. Y ¡zas!; el chasco. No me digáis que no era para mosquearse… Bueno, si todavía no os lo he contado. Voy a ello.

Íbamos a entrar en Burgos capital, pero entre mi vista que ya la tenía mala y la falta de reflejos, cuando estaba a punto de anunciarlo uno de mis hijos se me adelantó exclamando con gran alegría: “¡Mira, un Carrefour!” El otro se revolvió de su asiento y preguntó expectante; “¿Dónde? ¿Dónde?“ El uno señalando, la otra mirando atentamente… Y yo más callado que en misa. ¡Menuda puñalada me dieron! ¡Menudo desengaño el mío! Ni Despeñaperros, ni Tajo, ni Burgos, ni la catedral ni leches... ¡Un carrefour! ¡Sentían entusiasmo ante la vista de un Carrefour!

Ni Burgos, ni catedral, ni leches...
¡...Un carrefour! ¡Sentían entusiasmo ante la vista de un Carrefour!

Confieso que me sentí tan mal que ya habíamos pasado Aguilar de Campoo y mi menda lerenda iba de hocico, sin abrir la boca y en lo mío; lamiéndome las heridas, dándole vueltas al coco, empequeñecido por la fuerza del enemigo. En el fondo me sentía traicionado. Yo que no quería que dieran religión en la escuela y sin darme cuenta, el capitalismo le enseñaba su religión: el consumismo y las catedrales donde podían comprar.

Y el animal herido en que me convertí, viajó a la niñez; Loja, paisajes, el recodo del río Genil allá por los Infiernos Bajos, los almeces cuajados de almecinas, las moreras, los campos tan verdes, tan verdes, con un cielo tan azul, y todo ello con pájaros que nunca dejaban de volar y cantar. Me acordé del molino de Abajo donde había patos y un manantial de agua clara, las higueras, las acequias, los nidos. Y el nogal. El nogal que siempre habla con mi niñez. Y en todo ese paisaje coloqué a mis vecinos, a los niños que jugaban conmigo, a Caneli, el perro de mi amigo, a Montes, el que tenía toda clase de pájaros, a las numerosísimas familias de la Coheta y los Picatostes que un día, huyendo del hambre, llenaron el Corto (tren) de Loja camino de Sabadell. Todo eso y mucho más pasó por mi cabeza

Tan ensimismado iba hurgando en ese interior que parecía que iba solo en el coche. De pronto, casi sin darme cuenta, dejó de lucir el inmenso sol de mi niñez, de gritar la chiquillería y de ladrar “El Caneli”. Una bella estampa atrajo mi atención; por el puerto del Escudo la ligera niebla envolvía en retazos blancos, grises y húmedos un paisaje verde, inmensamente verde. Nos adentrábamos en el corazón de Cantabria. La niebla se volvió fina lluvia, el frescor paseaba por mi piel y entre unos cristales medio empañados adivinaba ese paisaje eternamente verde. Poco a poco la niebla se fue disipando y Cantabria aparecía en todo su esplendor. Envuelto ya en ese bello presente, la paz interior empezó a apoderarse de mí. Poco a poco se cerraba mi herida, se abría mi mente y yo veía las cosas de otra forma.

Poco a poco la niebla se fue disipando y Cantabria aparecía en todo su esplendor

¡Eran vivencias! Comprendí que las vivencias de mis hijos son muy distintas a las mías. En mi calle las casitas eran muy humildes y nosotros las hacíamos más grandes juntándolas con la calle, el campo... Todo lo de alrededor formaba parte de nuestra cotidianidad; éramos un elemento más del paisaje. Sin embargo ellos han vivido otro mundo; más encerrados en una casa llena de comodidades, mucha televisión, juegos de pantallitas... Ni mejor ni peor, distinto.

Después, a lo largo de los días fui venciendo el demonio de Burgos y me di cuenta que las vivencias a esas edades no se construyen con paisajes lejanos ni largas explicaciones, sino con vivencias cercanas, en el pueblo o en los lugares visitados, bañándose en las pozas de los ríos, viendo ardillas por los caminos, persiguiendo lagartijas o pequeños saltamontes, es decir construyendo su propia personalidad a partir de lo que viven. Ellos tenían que ser ellos y no un producto mío. Recordé a Kalil Gibran; “Tus hijos no son tus hijos, son los hijos de la vida…” Aparte he de reconocer que mi método era un poco aburrido, por mucho teatro que le echara... Hay que comprenderlo.

A la vuelta de Asturias, por lo que hablaban en el coche vi que iban llenos de recuerdos, pero de los suyos, no del tostón de mis clases. Me sentí bien con la lección aprendida., lleno de paz. Eso sí, cuando pasé cerca de Burgos maldije al Carrefour y le pregunté desde mis adentros; “¿Cuántos pañales le has cambiado a mis niños? ¿Cuántas noches las pasaste mal porque tenían fiebre...? ¿Los abrazaste alguna vez? ¿Quieres hacerlos libres o tus esclavos…? ¡Jodido Carrefour el mal rato que me hiciste pasar! Claro, es que juegas con ventaja; deslumbraste a mis hijos con tus colorines, tus luces, tus fuegos de artificio y tus engaños. Pero rascas y no queda nada. Eso sí, Carrefour, no cantes victoria, como decía el poeta; me queda la palabra. Y no te quepa duda que haré uso de ella”.

Pasado este ajuste de cuentas con Carrefour seguimos camino de Madrid, las dichosas Emes de nuevo y vuelta a Andalucía. No abrí mi pico para explicar nada… Bueno, miento, en alguna ocasión hice alusión a algún río o lugar, eso sí, intenté actuar de otra manera. ¿Cabezón? No hombre, no, los utópicos es que nunca nos damos por vencidos.

Por Correos de la Vega

El Martes 17 de agosto de 2010

Actualizado el 17 de agosto de 2010