Fernando Alcalde. Especialista en Medio Ambiente y miembro de Buxus, asociación ecologista de la costa granadina
Fotos: Archivo de Ferrnando
Granada vive en un abrazo continuo con la vega; así lo expresó Alberti y no cesa de recordarlo mi amigo Paco Cáceres, de Somos Vega. Somos Tierra, que no descansa, junto con otros muchos, en recomponer día a día ese abrazo que rompen los vertidos, las urbanizaciones, las carreteras, el abandono…La vega de Granada tiene quien la quiera y quien la abrace. Y tiene un Plan Especial de Protección, aunque sea un salvocunducto que cada alcalde interpreta a su manera.
La Vega del Guadalfeo no tiene quien la cante ni quien la mime. Es posible que esa apatía sea fruto de la relación inclemente que se ha mantenido con ella, pues la vega no es más que el delta domado, educado al gusto y provecho de los hombres tras una batalla de cientos de años contra las algaidas y pantanos, y contra las aguas rebeldes de las Alpujarras. Sobre esa tierra movediza se impuso la caña de azúcar y los ingenios, que hicieron que la pequeña alquería de Mutrayil eclipsara a la madina Salawbinya. De ella vivieron duramente sus hombres y mujeres convertidos en braceros de monda y zafra, con las caras tiznadas y los brazos desollados, cuyo sufrimiento enriqueció aún más a los marqueses y señoricos de apellidos acampanados que siguen nombrando calles, plazas y saldos bancarios. El Señor estuvo en la cruz, pero no estuvo en las cañas, se dice por aquí.
Posiblemente por la severidad con la que la vega cobró cada suspiro de su alma de delta salvaje, pocos la han abrazado en su historia de siglos. Solo quienes no la labramos, los que paseamos junto a sus venas de agua sin atender a peleas de puchas, los que disfrutamos del frescor del relente sin estar atentos a las tandas y las tornas, sin ser rehenes del gusano o el mosaico, del callo y el sol, los que no sufrimos sus desventuras, seamos quienes más la amamos, pero como se ama en los amores desleales, idealizados por estar liberados de las asperezas de la convivencia.
En los últimos años Motril y Salobreña abandonaron definitivamente el lazo con la tierra embriagados por el delirio del ladrillo. El cadáver troceado de la vega se vendió a pedazos para edificar sobre él el sueño fugaz de la riqueza de los pobres. Y al hacerse de día la vega apareció invadida de tumores, de viviendas ilegales, de vertidos y residuos, de almacenes de chatarra y reses abandonadas, de aguas que se desbordan y acequias desecadas. La tierra era propiedad de bancos malos y promotores arruinados: de nadie.
El proceso que ha afectado a la vega del Guadalfeo no es distinto al de otros espacios periurbanos en los que el medio rural ha perdido su funcionalidad frente al crecimiento y la terciarización de las ciudades. La agricultura social ha sido arrinconada por el mercado y el poder de la agroindustria: Es el capitalismo estúpidos, claro, y en su canibalismo, las funciones ambientales, culturales y sociales han sido desolladas ante el apetito especulativo. Pero en algunos lugares se fraguaron resistencias de las que aprender. En nuestro país, la primera respuesta, y quizás la más sólida, se concretó en el delta del Llobregat, asfixiado por el crecimiento de Barcelona y su cinturón, por el puerto y el aeropuerto; cinco millones de almas y el 13% del PIB español. Allí la Unión de Pagesos, la Diputación de Barcelona, la Generalitat y los 14 ayuntamientos afectados, junto con un equipo de enamorados, puso en marcha en 1998 el Parque Agrari del Baix Llobregat, una figura que unía la protección urbanística, la producción agraria y los usos culturales, ambientales y sociales a través de un plan de uso y gestión. A esta iniciativa de salvar las vegas se unieron otras en el ámbito europeo (Génova, Milán, Paris) y más recientemente en nuestro país Alicante, Sabadell, Fuenlabrada y Guadalhorce.
En Motril lo intentamos en 2006. Un convenio de colaboración con la Universidad de Granada permitió realizar el diagnóstico y la propuesta de intervención. Montasent, gerente del Parque Agrari, se desplazó desde Barcelona y se entrevistó con labradores y propietarios, pero la idea no tuvo quien la abrazara; era el momento de la explosión inmobiliaria y los pequeños y grandes propietarios nos miraron con estupor e ira entrelazados: el sueño de la riqueza no pasaba por volver a la tierra.
Sobre el cadáver moribundo de la vega, nuevas gentes han venido de fuera a limpiar sus heridas y desenfangar sus arterias, a peinar de surcos su piel, a embarazar la tierra de brócolis y lechugas. La vega se ha vuelto a alunarar de verde; cada vez hay más parcelas vivas y más gente hollándola. Quizás hoy sea un buen momento para recuperar aquella idea del parque agrario de la Vega del Guadalfeo, de dar el abrazo que nunca dimos.